Durante mi viaje a Cuba tuve la «dicha» de tener dos escalas largas en la Ciudad de México y aproveché esas horas para caminar y visitar algunos lugares de esa gran ciudad.
La primera escala, cuando iba en ruta a La Habana, fue de 7 horas. Tan pronto pasé migraciones, tuve que recoger la maleta y volverla a pasar por inspección para luego enviarla por la correa. Salí del terminal en busca del servicio de lockers que tiene el aeropuerto que se encuentra super cerca de la salida del terminal. Solo aceptan dinero en efectivo, pero en donde se encuentra el servicio de lockers también hay varios cajeros automáticos donde saqué MX$500. El locker cuesta MX$150 por 24 horas de servicio. Contrario a mi experiencia con los lockers de Toronto donde uno mismo se encarga de pagar en la máquina y acomodar el equipaje, en el del Aeropuerto de la Ciudad de México hay una persona encargada y no permite que uno pase hacia el área de los lockers. El empleado se encarga de cobrar y acomodar el equipaje. Luego me dio una llave y me dijo que no la botara porque no hay otra copia y me cobraran cerca de MX$300 en caso de pérdida y se tardarían hasta 36 horas en poder abrir el locker. Esas palabras fueron suficiente para asegurarme de guardar bien la llave.
Al salir completamente de terminal vi la fila de taxis esperando pasajeros, pero no tomé uno de esos taxis, en cambio decidí caminar hasta fuera del aeropuerto y tomar un taxi en la calle. Lo hice así porque tomar un taxi en los aeropuertos es mucho mas caro que tomar un taxi en una calle o avenida fuera del aeropuerto. Un taxi se paró y me preguntó hacia donde iba a lo que le contesté hacia el Museo de Frida Kahlo . Pregunté cuanto me cobraba por llevarme y me dijo MX$140. Lo encontré a un buen precio y me monté en el carro.
El taxista era de lo más simpático y conversador, de camino al museo me dijo que me iba a pasear por el centro de Coyoacán, delegación donde se encuentra el museo. Una vez en el centro de Coyoacán le dije que me bajaba ahí mismo porque quería tomar varias fotos y almorzar algo antes de ir al museo.
Me bajé justo frente a la Parroquia de San Juan Bautista. Esta iglesia es uno de los tres templos más antiguos de la Ciudad de México. Se construyó encima del adoratorio de un templo indígena en un terreno «donado» por el cacique de la localidad. La iglesia fue concluida en 1550, luego de casi 30 años de trabajos de construcción.
Frente a la iglesia se encuentra el Jardín Centenario con su icónica Fuente de los Coyotes. El Jardín Centenario es una de las dos plazas principales de Coyoacán y está rodeada por restaurantes, bares, heladerías y cafeterías. Se inauguró con el nombre de “Jardín Centenario” en conmemoración a los primeros 100 años de la independencia de México. La famosa Fuente de los Coyotes fue construida en los años 80s y está relacionada con la toponomía de Coyoacán. La palabra Coyoacán, de origen náhuatl, significa ciudad de los coyotes.
De la plaza me fui a uno de los restaurantes que la rodea, llamado El Hijo del Cuervo. Ahí ordené unos tacos de res con aguacate y una cerveza Modelo que estaba helada. La comida estaba súper buena, y el servicio excelente. Saliendo del restaurante me encontré de frente con la Feria de Colores y Sabores de México en el Jardín Hidalgo. Había comida, artesanías, ropa, quesos, accesorios, golosinas y muchas cosas más. En la feria vi unas gafas hechas en madera y me las compré para llevármelas a Cuba.
Luego me fui caminando, cruzando alrededor de seis cuadras, hasta llegar a la Casa Azul, que alberga en su interior al Museo de Frida Kahlo. Hice una fila de una hora para entrar a la casa pero valió la pena. La entrada al museo me costó MX$120 y el permiso para tomar fotos MX$60.
El universo creativo de Frida se encuentra en la Casa Azul, sitio en el que nació y murió. Aunque al casarse con Diego Rivera vivió en distintos lugares en la Ciudad de México y en el extranjero, Frida siempre regresó a su casona de Coyoacán. La Casa Azul fue convertida en museo en 1958, cuatro años después de la muerte de la pintora. Hoy es uno de los museos más concurridos en la capital mexicana.
En el cuarto que Frida usaba de día permanece su cama con el espejo en el techo. Su madre lo mandó colocar después del accidente que Frida sufriera en el autobús. Durante la larga convalecencia que la mantuvo inmóvil por nueve meses, y gracias al espejo donde se reflejaba, Frida pudo pintar sus autorretratos. Cada objeto de la Casa Azul dice algo de la pintora: las muletas, los corsés y las medicinas son testimonios del sufrimiento de las múltiples operaciones a las que fue sometida. A Diego Rivera le fascinaba el arte prehispánico y con ese arte decoró los jardines y el interior de la casa.
Salí del museo, pedí un taxi en la calle, y al preguntarle al conductor cuanto me cobraba por llevarme al aeropuerto me dijo MX$90 . O sea que el regreso al aeropuerto me salió en 50 pesos menos. Llegué al aeropuerto una hora y media previo a la hora de salida de mi vuelo y tuve tiempo suficiente para degustar varias cervezas adicionales.
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